martes, 10 de abril de 2012

Culpable

Os voy a contar un cuento.

Está nuestro niño terminando el recreo. La verdad es que es un recreo normal, sin nada relevante que contar, sin nada que recordar, simplemente ese descanso entre clase y clase.
                
Eso puede ser triste, tremendamente triste. Se supone que el recreo es el momento esperado del día donde hacer cosas para recordar, pero no, en este caso simplemente es tiempo que pasa, pero eso es otro cuento.

Suena la sirena, esa que en tiempos abortaba la diversión y que ahora indica el cambio de tercio. Nuestro niño va hacia su fila, tranquilo, sin prisa pero sin pausa para así volver ordenadamente a clase.

En estas está andando cuando oye un grito y, sin tiempo para reaccionar, su cuerpo está dirigiéndose inapelablemente al suelo, su cabeza impacta contra el duro suelo. Esta vez no hay sangre pero se espera un buen chichón.

Se levanta y, aturdido y mareado, se dirige a clase. La profesora, que lo ha visto, se acerca a interesarse por él, le acompaña a clase y le dice que no se preocupe, que si se siente mal que lo diga. No ha sido culpa suya.

No sabe muy bien qué le han enseñado hoy en clase, el mareo no le deja hacer mucho más que estar sentado sin dar excesivas vueltas, aunque si unas cuantas.

Se acaba la clase, es hora de salir y volver a casa.

Nuestro niño se intenta levantar pero sus piernas no responden muy bien y prefiere avisar a su profesora. Ésta, al verle, le dice que se quede quieto, que ahora cuando salgan todos los niños le ayuda a salir.

Nuestro niño accede aunque sabe que no va a ser buena idea, se queda sentado. Puede influir también el hecho en sí de que no se ve totalmente confiado de que, tras poner un pie, sea capaz de poner el otro.

En su espera está y comienza a escuchar de fondo una voz demasiado familiar, unas palabras que le suenan tanto... Le empieza a doler la cabeza, el chichón es sólo la superficie.

“¿Ahora qué has hecho? Siempre lo mismo. No me dejas vivir tranquila. Cuando tengo algo que hacer, ya te encargas de hacer algo para evitarlo. Mira que te había dicho que esta semana tuvieras cuidado, que no corrieras, que no jugaras, y tú nada, siempre haciendo lo que quieres”.

La profesora mira atónita la situación y trata de abrir la boca para exculpar a ese niño que lleva una semana sin correr en el recreo, sin jugar, dejando que la pelota pase por su lado, en definitiva, sin divertirse, sin sonrisas.

“Perdone… pero…. es que no ha sido así…. él estaba volviendo a la fila”

“No se preocupe señorita, ya estoy mejor, me puedo ir ya”.

Palabras que cortan cualquier tipo de explicación. Se pone de pie, echa un paso, y después el otro.

El chichón ahí está pero no duele tanto, el mareo, pues con sus cosas inestables, pero ya está andando. El resto... pues el resto da igual, ya hay veredicto.

Ya va aprendiendo, o mejor, va asumiendo, que en causas injustas, mejor sólo un culpable, aunque le duela la cabeza y el resto de cosas.

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