Os voy a contar un cuento
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“Despierta nieto, que ya es hora”.
Nuestro niño no lo entiende muy bien, tiene sueño, mucho
sueño. Es Verano, está en el pueblo de Vacaciones, y llega un día que hay que
despertarse temprano.
Nadie le aviso anoche, como cuando se sabe que al día
siguiente hay que madrugar y como es un niño se tiene que ir antes a la cama,
porque da igual la importancia de lo que esté haciendo, lo más importante es
descansar. Y el obedece.
Pero anoche nadie le dijo nada, no recuerda que sea un día
especial, de esos en los que las cosas importantes requieren llegar a algún
sitio que está lejos, o preparar muchas
cosas que llevan su tiempo.
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“Tengo
sueño abuela”.
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“Ven conmigo, vamos levántate que no llegamos,
que tu abuelo ya está en el salón y ha puesto la tele”
¿La tele?, ¿a estas horas?, si aún no son ni las 8, a estas
horas no hay dibujos animados.
Pero, sus abuelos no le van a despertar para nada malo.
Realmente, no entiende lo que está viendo en la tele. Un
montón de gente en unas calles que tienen vallas de madera como si fuera un
circuito. La mayor parte vestida de blanco y un periódico en la mano.
Tres cánticos que no acierta a entender, le piden algo a no
se quien, y suena la palabra encierro. Alguien enciende un cohete, abre una
puerta y de ella salen unos toros a la carrera. Algunos mozos se apartan pero
otros, inconscientes ellos, esperan a la manada buscando un hueco para ponerse
delante del toro.
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“Mira hijo que carrera más bonita de ese, como
se ha puesto en oda la cara del toro”.
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“Y ese otro…”.
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“Ay ay ay que le pilla”.
Sigue sin entender nada, se termina el encierro.
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“Hijo, ¿quieres verlo mañana otra vez?”.
Su cabeza dice no, su cuerpo dice que tampoco. Se gira para
contestar a sus abuelos, les mira fijamente.
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“Si”.
Ha visto como estaban sus caras, la ilusión que tenían, las
esperanzas de un SI. El compartir algo con su nieto.
Mañana se volverá a levantar, y pasado y al otro. Así desde
el día 7 de Julio hasta el 14.
El año siguiente lo volverá a pasar con sus abuelos, y
volverá a pedirles que le llamen para ver con ellos el encierro.
La edad irá haciendo mella en unos y otros, y no lo verán
juntos, pero se seguirán levantando.
Cambiará la dulzura del despertar de su abuela por el
histriónico sonido del despertador pero se seguirá levantando, y en la
distancia sabrá que ellos están haciendo lo mismo. Hablarán por la noche y se
preguntarán unos a otros si lo han visto, y la respuesta afirmativa hará que la
sonrisa traspase la línea telefónica.
Las obligaciones, en el peor de los años, le obligaran a no
verlo. Y creerá que la está olvidando un poco.
Al año siguiente, pasados dos del último que vieron juntos,
sonará el despertador.
A nuestro niño le costará levantarse, sus obligaciones y
horarios se han hecho adultos, pero no tendrá nada que ver con eso su falta de
fuerzas. No han venido a despertarle, ha sido el despertador, y lo que le
cuesta es saber que se va a levantar, no por ver el encierro, sino por
recordarla.
Mañana no suena el despertador, hoy se ha entonado el pobre
de mí.
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