Os voy a contar un cuento
Llegan unos abuelos, entrañables ellos, al
parque y ¿dónde van?, directos a su banco, ese donde miran la vida del parque,
comentan sus experiencias y pasan el tiempo, ese que ya se les acumula.
Sentados, en ese banco que siempre ha estado ahí.
Cuando acaba su turno, la mañana comienza a
terminarse, toman su lugar personas algo más jóvenes. Madres que vigilan el
jugar de sus hijos, desde la lejanía o la cercanía, atendiéndoles a ellos o
como simple paripé para hablar con sus amigas, contarles sus hazañas y sentirse
mejor que ellas.
Pero ahí están, en el banco del parque,
observando o lo que ellas quieran.
De vez en cuando se acercan los niños,
piden su bocata, reciben alguna regañina, quizás tienen que esperar un rato
para escuchar lo buenos que son y lo bien que hacen las cosas respecto al resto
mientras ven como sus madres levitan sobre el suelo.
En ocasiones, también se sientan ellos a
descansar, a reposar del juego. Puede que, en otras ocasiones, lo utilicen como
portería para sus partidos de fútbol, obstáculo para sus carreras de chapa o
simple lugar donde dejar los trastos.
Y con ese trajín está el banco toda la
tarde, sin inmutarse, sin quejarse. Impasible, en su sitio.
Cuando la tarde comienza a anochecer, el
ambiente comienza a cambiar. La furtividad y la pasión se juntan a partes
iguales sobre el parque.
Los amores prohibidos, las situaciones de
alta tensión y mucho calentón son ahora los que se posan encima del banco.
Él, impasible, se mantiene en su sitio. No
da consejos, no toma nota, no se queja, no pregunta, no va a decir nada. El
placer está sobre él, pero no son sus sentimientos los que importan en este
momento. Simplemente, sigue en su sitio.
Cuando el amor se acaba, porque el amor
también se acaba, la intemperie de la noche toma su lugar.
Soledad.
De vez en cuando le interrumpen al banco
con su habitual amada las personas solitarias.
Unas sólo llegan, se sientan y se van.
Algunas de casa en la maleta lo consideran adecuado para apostar su huesos
sobre él y descansar cuerpo, mente y vida.
Otras veces, en el pasar de las horas
nocturnas, sobre todo en días señalados, la juventud, la chavalada se junta
alrededor de él. El resto son hielos, risas, en ocasiones gritos, otras quizás
llantos, líquidos espirituosos y normalmente pies en asiento y asiento sobre
las espaldas.
Escombros que quedan encima y alguien,
quizá sólo el tiempo, se dedicará a recoger y limpiar.
En ocasiones, cuando el Sol comienza a
decirle a su amada la Luna que se vaya a dormir, que ya se encarga él de la luz
de los días.
En esa hora, la de los desgraciados o las
buenas personas, quizá alguno de esos rezagados de la noche, los que vuelven
sin compañía, quizás busquen un poco de sol y abrigo antes de llegar al calor
del hogar.
Y también él estará allí, impasible en su
sitio.
Un día, el banco estará destrozado de tanto
uso y habrá que cambiarlo y ese día, todo aquel y aquella que se acercó a
utilizar ese banco, en ese parque, sea cual sea la circunstancia y la
intención, se irá a otro y no sentirá ningún remordimiento. No existirá la
nostalgia.
Sólo hará falta otro sitio donde hablar,
criticar, dejar los trastos, follar, dormir, emborracharse o pasar la
borrachera.
Nadie se acordará.
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