Madrugue como es menester en Australia allá por Marzo.
La primera victoria vino en Malasia.
China y Barhein empezaron a mostrar que iba a ser una año
muy competido.
En casa, en el Gran Premio de España, en Cataluña el pódium
volvió a aparecer al igual que en la bella Mónaco.
Pasando por Canadá llegamos a Valencia. Ese Gran premio de
Valencia, la playa al fondo, los motores cerca. Ese Gran Premio de Valencia a
la espera de San Juan.
Buena racha entre Gran Bretaña y Alemania. Parecía posible.
La regularidad importaba.
Hungría y las malas prisas saliendo en Bélgica. Se arregla
en Italia, llegan los madrugones de Asia.
El Alemán comienza su dominio. Donde su coche si le puede
llevar, la Magia no se rinde.
No se uno de esos 8 millones de Austin, aunque la radio y las tecnologías me informe.
En ese deporte en que los números, los datos son perfectos.
Esos números, esos datos, dicen que el coche rojo número cinco (no puedo
llamarlo Ferrari) hoy no debería tener ninguna posibilidad en el campeonato.
Campeonato que el conductor (que no piloto) alemán se
debería haber llegado de calle hace mucho tiempo.
Temporada en que los Sábados son una decepción constante,
muy lejos de la leyenda del caballino rampante.
Pero llegan los Domingos. Esos domingos de madrugones, de
resacas complicadas, de comidas familiares o de viajes inesperados.
Y ahí, en ese justo momento, en ese Domingo. Magia. El coche
rojo número 5 a las manos de un asturiano, en ese deporte en que la máquina es
tan importante, nos enseña que detrás hay unas manos que se niegan a aceptar
que ellas no pueden pilotar al coche campeón.
Con el objetivamente séptimo coche de la parrilla, segundo
en el mundial. A trece puntos. Dicen que sin opciones. Esta tarde a las 19
horas hablamos.
Dicen que es imposible, es complicado creer en la Magia,
pero yo si creo, nos lo lleva demostrando mucho tiempo.
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